PAÍS ILUMINADO.
Los que entráis, abandonad toda esperanza.
Dante Alighieri
Desde la cárcel de mi casa, desde la vidriosa prisión de mis
ideales perdidos veo un periódico ardiendo en mis manos con las fotos de aquellos
cienes
Que se quemaron en los fuegos encendidos de la miseria
humana.
Que se cocinaron en el
horror de esta vida.
Que salieron huyendo
con una antorcha de fracaso en sus ojos.
Condenados por ser
propietarios de la nada.
Presos de la suerte
echada entre los brazos de un juez corrupto.
Que se tatuaron el
infortunio en las espaldas del olvido.
Que por un poco de
frijoles robaron para engañar el estómago.
Que nunca fueron a la
escuela del hijo del ministro.
Que se arroparon con
las cenizas del sueño en el musgo de la libertad.
Que se les ensartó una
bolsa negra como un luto plástico.
Que cayeron baleados
como en una feria de fuegos no artificiales.
Que aun tenían las
marcas de las flechas de san Valentín.
Que ardieron en la
batalla contra el silencio.
Que apartaron el humo
de las cortinas oficiales.
Que cayeron en las
bartolinas de la inocencia.
Que no tenían el
permiso para ser decente.
Que eran ladrones,
rateros que no aprendieron a robarse la casa presidencial.
Que no tenían una
sonrisa perfecta para ser diputados.
Que no pudieron pagar
un magistrado en la corte celestial de la las leyes monetarias.
Que no tuvieron
gracias para usar la corbata blanca de la cleptomanía.
Analfabetos que no
leían a Dale Carnegie.
Que no tomaron tiempo
de entender a Paulo Coelho.
Que no les interesaba
la poesía.
Que no fueron Opus
Dei.
Ateos de la esperanza
redentora del Cardenal.
Que andaban colgando
la medallita de la virgen de Suyapa.
Que tenían la claridad
de su voz en el oído de la clemencia.
Que no se parecían a
Steve McQueen en Papillón.
Que no escuchaban a
Mozart.
Que creían en la
música de liberación de los Tucanes de Tijuana.
Que se drogaban en la
función cirquera del código penal.
Que amaban a sus
mujeres gordas sin la vergüenza del rico que paga amantes rubias.
Que no hablaban bonito
frente al paredón falso del poder.
Que lavaban su ropita
en las pilas sin el agua bendita de la iglesia que los llora.
Que no usaron
maquillaje para salir hoy en las portadas de la prensa.
Que no se peinaron
para las entrevistas rojas de la televisión.
Que aprendieron
carpintería para ser como el hijo de Dios.
Que inventaron el
lenguaje con las manos para no hablar como las mentiras del gobierno.
Que tenían las
esperanzas en los burdeles de un licenciado.
Que fueron condenados
por un tribunal sin juicio ni historia.
Que se hicieron
hamacas para aprender a dormir en los cantos de sirena de la justicia.
Todos ellos han sido libres del infierno de estar vivo en
esta impunidad
Por Allan McDonald
Por Allan McDonald

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